“Yeoenapapas” (Dedos en las papas)

Dos años de lactancia a libre demanda, libre oferta, libre lugares, pechos libres y más.

Y me vienen tantos recuerdos…

Ese primer pechugueo al salir de mí, poderosas ambas, en éxtasis. Amor líquido brotaba de toda mí para toda tú.

Esos siguientes primeros días de tetas interminables y rotativas… cuando no nos agarrábamos bien y llorábamos, cuando no se podía más por dolor, cuando hubo que tener tanta paciencia, tanta humildad. Esas largas noches de subir y bajar escaleras, flujos y temperaturas, de darte, dormirte, sacarme, guardar, empezar a dormirme y darte otra vez. El ruido del sacaleches, la espalda tiesa, el rubor de mis pechos congestionados, el olor a repollo cocido sobre mi piel hirviendo, el terror a la mastitis, la soledad de la madrugada, el día llegando una vez más sin noche de descanso, el agobio, la impotencia… y debajo de todo eso la perseverancia y amor con que ambas logramos esperarnos. Las voces amigas que animaban. Un hombre que sostenía.

Porque sabíamos que pasaría y así ocurrió, fuimos disfrutando nuevamente y re-encontrándonos.

Y nos gustó tanto que ya no dejamos de hacerlo. Pechuga para el hambre, la sed, el miedo, el frío o el calor. Para despedirnos, saludarnos y celebrar. Para calmarnos, regalonearnos, dormirnos y despertarnos. Pechuga porque sí y porque no. Porque pucha qué rico.

Cruces de miradas que llegaban al alma, sin palabras, sólo sonrisas y balbuceos, a veces conectadas indisolublemente, a veces cada una en lo suyo.

Y tantas barreras y pudores cayeron, que me vi más desnuda que nunca, tan libre y confiada como en tu parto, tan fecunda, fuerte y abundante como siempre quisiera estarlo.

Y fuimos creciendo, salimos a jugar, comer y pasarlo bien con otros.

Mi cuerpo empezó a hablarme. Me pedía descanso, a ratos quería recuperarlo… sólo para mí.

Y en parte lo captabas, resistiéndote, pidiendo más y más…

Y yo entre el difrute y el agote. Debía ser honesta con ambas, no podía transformar una instancia de goce en un esfuerzo o peor aún en una exigencia.

De a poco y sin tener claros plazos ni objetivos empezamos a distanciar tomas, a veces con impaciencia por lograrlo pronto, otras veces no queriendo acabar todavía.

Y se fueron resolviendo mis ambivalencias , leíste mi convicción y fue quedando sólo la papita de las buenas noches, después de los cuentos, esa que me obligaba a detenerme y sólo estar… respirando contigo, pero a la vez limitándome en salidas que ya iba deseando.

Creo que ambas supimos la noche que sería nuestra última vez, un encuentro largo, tibio, sin apuros. Por ti no me habrías soltado nunca, así que fui yo quien nos separó y te abrazó y tú quien aceptó el límite y el abrazo.

Y al siguiente día un títere, un ritual, una despedida.

Y esa noche cuento… besito… y no pediste! Sólo dijiste «yeoenapapas», posando tus deditos tibios y redondos en mis pechos.

Luego algunas noches difíciles que salvamos con canciones, upas y mucho nanai.

Y así acaba esta etapa, iniciándose otras, así vamos aprendiendo a relacionarnos y cuidarnos de otras formas.

Veinticinco meses de vida láctea. Ni por más ni por menos apego, sólo por libertad, por confianza, sólo por el gusto.

Gracias a la vida y a mi cuerpo por tanto tiempo de nutrición y placer.

He aprendido tanto de mí misma en la relación contigo.

Vete ahora a explorar el mundo, muchas cosas te esperan. Aquí seguirán tus papitas en mí, de otras cien maneras, con el calor y amor de siempre.

Vé a jugar y correr! Recuerda que siempre puedes volver…

Soledad Ramírez,

Destete de Eloísa, 2017

× Conversemos