Una de las primeras cosas que me dijo mi hermana cuando fui mamá fue, “compra sulpilán para que te relajes y te baje la leche, sino, no vas a poder”. Por ese tiempo yo vivía en otro país, y no sabía nada de lactancia, ni de sulpilán, ni de pastillas para “bajar la leche”. Al poco tiempo, ya familiarizada con el fármaco, empecé a darme cuenta que en Chile, la receta de éste, era casi fija en las indicaciones al alta del puerperio, y si, por alguna desconocida razón, no te lo habían indicado ahí… tranquila, porque sería el pediatra, quien te lo prescribiría en el primer control. No sólo supuestamente te ayudaba con la producción de leche, sino que también, “te ayuda con las hormonas del posparto”, me comentaban amigas, conocidas y pacientes, quienes lo tomaban, como una especie de milagro, para transitar por su puerperio.
Lo cierto es que la sulpirida, la sustancia que hay detrás de este famoso medicamento, es un antipsicótico de primera generación que, tras su acción antidopaminérgica, produce elevación secundaria de la prolactina, presentando un efecto ansiolítico y antidepresivo modesto. Ha ido perdiendo terreno en la psiquiatría tras la aparición de los neurolépticos atípicos pero se las ha arreglado para encontrar otros nichos, como por ejemplo anti vertiginoso, antiemético, o en nuestra población como, “galactagogo”. Pero, ¿de dónde viene esta idea?, ¿cómo es que, si es cierto que salva tantas lactancias, no lo conocen en otros países, ni menos lo usan para aquello?
Revisemos la evidencia:
Los estudios que sugieren a la sulpirida como una sustancia que ayuda a aumentar la producción de leche materna son escasos. En estricto rigor son cuatro y se remontan a la década de los 70s, donde se publican estos trabajos con pequeñas muestras, en los cuales se comparaba grupos de mujeres a quienes se les dio sulpiride v/s placebo, midiendo el peso de los bebés después de la administración del fármaco. Las conclusiones que se obtuvieron estimaron que en el grupo que recibió sulpirida los bebés subieron más de peso y las mujeres tenían niveles de prolactina más altos. Sin embargo, también recibieron fórmulas lácteas como suplementación a la lactancia; y las diferencias tampoco fueron consistentes a largo plazo, ni en aquellas mujeres que ya habían amamantado previamente. Fueron estos ensayos clínicos quienes avivaron el interés por esta sustancia en el campo de la lactancia materna, sin embargo y con el tiempo ha quedado de total manifiesto que son estudios de muy poco peso científico y con graves sesgos de diseño, no sólo por su poco tamaño de muestra (ninguno superior a 100 mujeres) sino, porque hoy se sabe que el valor de la prolactina no está directamente relacionado con la producción de leche, y que fisiológicamente las mujeres que se encuentran amamantando ya tienen esta neurohormona en niveles altos, no teniendo sentido “potenciar” aún más estos valores químicamente.
Por otro lado, no hay registros de los verdaderos riesgos de su utilización, en torno a la posibilidad de estados depresivos secundarios a neurolépticos, aparición de síntomas extrapiramidales, o parkinsonianos en el bebé por ejemplo, sugiriendo que dichas complicaciones podrían no estar siendo informadas y recogidas actualmente por la falta de estudios a la fecha. Más allá de lo expuesto, no puedo cerrar esta columna sin preguntarme ¿por qué estamos medicalizando las lactancias?, ¿por qué estamos
medicalizando los puerperios?
Hoy se sabe que para lograr una lactancia exitosa se debe amamantar “a libre demanda”, a demanda… ¿de quién?, ¡del bebé!, el tiempo que quiera, dónde quiera, lo que quiera; y eso implica un reto para la madre, un aguante, una entrega… es poner el organismo al servicio del otro… un tiempo indeterminado, invisible, sin saber si lo que sale es “suficiente”, entregadamente… A ciegas, confiando en nuestros pechos, en nuestro cuerpo, tolerando la angustia de la incertidumbre… lo que obliga a la sociedad a hacerse cargo de todo lo demás para apoyar a esa madre que amamanta. ¿Seremos los médicos los que obstaculizamos eso con nuestra medicalización excesiva? A mí parecer sin
duda, sí.
El modelo de atención paternalista, que tan arraigado llevamos, es una de la razones. Creemos saber (constantemente), qué es mejor para nuestros pacientes, pero ¡ojo! el embarazo, parto y puerperio, no son enfermedades…
La mujeres no necesitamos pastillas para amamantar ni para resistir el puerperio. Necesitamos manos para ayudar, caricias para sostener el alma, hombros para descansar…compañía para transitar.
Cierro con las palabras de Kika Baeza, española, médica de familia, consejera de Lactancia IBCLC:
“Un buen parto, un buen acompañamiento para el inicio de la lactancia y una tribu para la crianza son los mejores antidepresivos y galactagógos.”
Dra. Ma Jesús Leñero Navarrete
Psiquiatra Adultos y perinatal
Equipo Centro SerMujer