Sol Tapia Thiel, psicóloga intantil y perinatal
Este 26 de septiembre se conmemora el día de los nacimientos múltiples y no puedo dejar de pensar en ese día cuando nos enteramos que venían dos: “¡shon dos, shon dos!”, gritaba mi hijo mayor que en ese entonces tenía 2 añitos; la risa ahogada y nerviosa de mi marido en estado de shock con la noticia.
O al día en que nacieron, que en nuestro caso fue el mismo día en que nació mi mamá hace 77 años atrás, quien hoy nos cuida desde el cielo. Ese día nuestras vidas cambiaron para siempre, y no solo eso, también nuestra forma de verla. Ya no éramos 3, de repente ya éramos 5, aunque durante el embarazo pudimos hablar sobre nuestros temores, aprehensiones e ilusiones, nada se comparaba a ya tenerlas en nuestros brazos.
Tener múltiples es mucho más que tener que hacer el doble o triple de tareas, es organizarse diferente, aprender a vincularse diferente, conocer y saber leer distintos temperamentos y ritmos, aprender a contener a varios a la vez mientras intentas ser justa y equitativa con todos. El tiempo transcurre diferente y nuestra mente tiene que aprender a reordenarse para poder hacer frente a varias situaciones a la vez. Y si hablamos de las emociones, sin duda se parecen a un gran torbellino, que nos obliga a reinventarnos constantemente para intentar sostener todo sin morir en el intento.
No todas las familias de múltiples viven la misma experiencia, algunas logran la lactancia, otras no, algunos pasaron por la neo, otras fueron directo a casa, algunos tuvieron red de apoyo, otros tuvieron que hacerlo más solos, no es igual tener 2 niñas, o 2 niños, o 1 y 1, o bien que sean idénticos o diferentes, o tantas cosas más. Pero sí creo que todos quienes hemos tenido la dicha de tener múltiples coincidimos en algo: nuestro corazón y nuestra mente no se dividen sino que se agrandan, se multiplican, se ensanchan, crecen.


