Mi querida amiga mujer madre puérpera reciente.
Acabas de llegar a casa.
Saliste hace un par de días con un bolso de ropita diminuta, un bebé en tu panza y una fantasía de hijo en tu mente, repleta de amor e ilusión, también su pizca de temores y ansiedades y el deseo de conocerlo pronto… Y regresas hoy, en tus brazos cargando a tu hijo, recién salido de ti… por fin, aunque tan pronto…
Sigues repleta de amor y contemplas su carita una y cien veces como incorporándolo de a poco.
En su pequeñez, desde su suavidad, sus olores, su liviandad.
Aún no te acostumbras a que esté fuera tuyo. Lo amas y hueles irrefrenablemente pero también hay momentos en que te desorientas de lo rápido que ha sido todo.
Te mareas pensando cómo será ahora todo.
Y qué tal pasarán esta nueva noche que se les viene.
A veces estarás acompañada, pero aún así te sentirás sola.
Que todo depende de ti.
Conservar esa vida y tu propia integridad mental serán tareas que pesan.
Desearás ser abrazada fuerte…
Quizá hay más niños que amas y te costará encontrar en tu mente y en tu cuerpo espacio para todos.
A veces querrás que se los lleven lejos y quedarte en una burbuja fusionados con tu cría menor.
Otras veces querrás tenerlos a todos juntos bajo un abrazo doble, triple, cuádruple, como un gran paraguas que a todos cobije de aguas, lágrimas y tormentas.
Quizá a ratos también quieras estar sola otra vez, sola contigo y anheles los últimos momentos de soledad y libertad que parecen tan lejanos hacia atrás y tan imposibles hacia adelante.
Por momentos extrañas tu amplia guata y los movimientos que anunciaban la vida y que sentías en completa complicidad y clandestinidad con la de pequeño amante por venir.
Extrañarás el embarazo quizá a veces también…
Caminas con un bolsillo vacío en la piel de tu abdomen, es tu cuerpo en transición, cansado , recién parido, recién parado. Reblandecido por la experiencia. Fortalecido también. Reacomodando sus piezas y reconociéndose.
Adolorida, sangrante, chorreas por doquier.
Frágil y poderosa.
Sensible como nunca.
Ingurgitada y atenta a las bajadas de leche.
Con el cuerpo molido por el esfuerzo de Parto todavía.
Aunque activado y energizado para cuidarlo de todo y todos.
Con Temor de ir al baño, el fantasma del prolapso…
El miedo a que todo caiga y nada se sostenga.
Con entuertos físicos pero también psíquicos.
Con reminiscencias de contracciones y de dolores.
Cansada pero en alerta.
En quietud pero con más intensidad que nunca.
Escuchando miles de voces, unas tuyas otras de otros.
Algunas antiguas otras nuevas.
Algunas en susurro otras a gritos, algunas amigables que te sostienen, otras exigentes hacen temblar tus certezas y surgir inseguridades.
Ahí estás, en un día que tendrá sol y sombra una y otra vez.
Olores, colores, músicas, melodías, tarareos varios que como mantras acudirán a tu mente en ritmos sagrados.
Ahí estás perdiéndote y encontrándote en cada intercambio de miradas y olfateos con tu pequeño nuevo ser.
Desencajada del mundo que sigue afuera girando y avanzando.
Y tú en casa, con ritmos ajenos a todos, sin relojes ni calendarios.
En un minuto con hambre, que al segundo siguiente olvidas por sentir un quejido, un balbuceo, un crujido.
Y ahí estás, de nuevo con él en brazos, intentando que tome, que no duela, que succione, que trague, que no se ahogue, que no se duerma, los chanchitos!
Caca otra vez, que alguien te traiga un pañaaaaaal!
Un rotativo sin fin en la eternidad de un día puérpero…
Un abrazo a todas las mujeres en puerperio reciente!
Dra. Soledad Ramírez
Psiquiatra Perinatal
Equipo SerMujer
Imagen: Amanda Greavette