Historia de una mamá
¨Estoy hecha para ser mamá, es mi sueño.¨ me repetía desde chica mientras disfrutaba los juegos con muñecas.
10 de agosto de 2019. Se cumple un sueño, nace Juan y junto con él, la nueva versión de mi misma.
Viví un embarazo sano y muy lindo. Mi marido junto a mi familia y la suya me acompañaron creando un ambiente tranquilo, acogedor y sin mayores sobresaltos. Todos nos sentíamos ilusionados, expectantes, ansiosos. En mi interior y quizás muy en el fondo, aparecían los miedos de ser mamá, como la salud de mi hijo, el cambio drástico de vida, “la pérdida de libertad”, entre otros; pero no ocupaban mucho espacio en mi cabeza, porque siempre me sentí fuerte. Yo sí estaba preparada para lo que venía (o lo que creía que venía), tenía herramientas, apoyo, recursos…¿qué más podía pedir? Ni me lo imaginaba.
Llegó el día del parto y con él empezaba esta aventura. Estuve en manos de un excelente equipo que contaba con toda mi confianza. Sabía que actuarían de forma oportuna y que respetarían mis decisiones. Y así fue. Después de once horas de trabajo de parto con dolor, risas, helado de piña y tiritones de nerviosismo, nació Juan. Desde ese sábado a las 9.23 pm todo empezó a cambiar hacia una nueva vida que mi hijo me venía a enseñar.
Los primeros tres meses me sentí agobiada. Al parecer la culpa la tenían las famosas hormonas del puerperio. Lloraba apenas se escondía el sol y me sentía sola en mis incontables preocupaciones. Mis sensaciones se asemejaban más a la sobrevivencia que al disfrute.
A saber por mi personalidad un poco controladora y apegada al deber ser, esperaba que todo fuera tomando un curso ¨perfecto¨: lactancia exclusiva hasta los seis meses, alimentación cada cuatro horas, sueño de corrido e independiente desde los tres meses, siestas de más de una hora en su cuna, etc. Estuve meses sumergida en papers, libros y perfiles de instagram que me daban las recetas mágicas para lograrlo, pero lejos de acercarme a los resultados esperados, Juan me iba enseñando día a día que la vida no era así. Yo me transformaba entonces en la aprendiz de esta historia, en una mujer que dejándose llevar por la intuición y el amor, descubría su nueva identidad de mamá.
Lejos de lo que equivocadamente yo esperaba de él, Juan decidió alimentarse cada tres horas (como máximo), enseñarme que la leche de fórmula no era veneno, quedarse dormido en brazos, querer la cama de los papás a las 4 am y dormir sus siestas encima mío (sí, encima, no al lado). Qué niño más sabio desde los primeros días.
Me invadían también las dudas, la necesidad de comparar a mi guagua con las otras y ponerme a prueba según lo correcto o incorrecto. Pasé por momentos de rabia al escuchar a otras mamás funcionándoles lo que se suponía era lo esperable de las guaguas a tal o cual edad. Me frustraba no ver cansancio en sus ojos ni preguntas en sus palabras. Pensar que yo estaba ahogada en todo eso, pero no, no podía decirlo así, porque entonces era una mamá estresada y exagerada.
Cómo explicar a aquellos enjuiciadores (y a mí misma y a otras mamás) que esa avalancha de agobios varios y el amor por un hijo van por líneas diferentes, aunque siempre enlazadas. Y que es increíblemente sano darse cuenta de que junto con la felicidad que provoca ser mamá, puede convivir la duda y el cansancio.
Me acuerdo de mis palabras textuales en la primera sesión con mi psiquiatra: “no entiendo, de verdad creo que la gente miente para parecer las mejores y más secas mamás. Parecieran nunca estar cansadas ni costarles el día a día. Es como si no se conectaran con sus emociones. Una cosa muy rara.” En realidad, bastaba con entender que todas las experiencias son distintas, únicas y válidas en sí mismas; que la comparación no aplica; y que se empodera de nosotros de forma inconsciente lo que es aceptado por la sociedad. Una sociedad donde la mujer puérpera tiene más exigencias que cuidados. Bastaba con entender también que el posparto se trata de vivir esos momentos de conexión con tu hijo y nada más. Y qué difícil es ese nada más, porque tenemos miedo de no cumplir con las expectativas de otros, en vez de alarmarnos mucho más por la posibilidad de defraudar a nuestro propio hijo. Parece el mundo al revés, ¿no?
Es por eso que mis energías están puestas en volver a lo natural e intuitivo, y gracias a sabias personas alrededor mio (de los principales, mi marido), ahora miro la maternidad de una forma distinta y valido mi experiencia tal cual es. Sin peros, sin carencias.
Y sí, aún lucho contra lo “que se espera de mi”. Pero ya es consciente, lo identifico y elijo lo que nos funcione como familia para estar tranquilos y felices.
Doy gracias a Dios por ser mamá. Y por aprender que la vida es flexible, que la naturaleza es mucho más fuerte que la cultura en que vivimos o el qué dirán; y que el cansancio es tan diferente cuando se vive con amor y se entiende la razón.